jueves, 5 de junio de 2008

Chus, ganador del concurso de relatos de El País


Este es el relato corto con el que Chus (La Voz de Variables) ha ganado el primer premio del concurso de El País: Un viaje por Andalucía. El tío es polifacético al máximo. Ahí va, es breve pero intenso, a mí me ha gustado, y no porque sea suyo. Se publica este sábado 7 de junio en el suplemento El Viajero del diario. Nosotros, como periodistas que somos, damos la exclusiva...

El alma limpia, puesta a secar

“Hay una calle que lleva tu nombre en la ciudad del viento…” El Ajuste de Cuentas de Quique González lo empapa todo, convierte el trayecto en una suerte de ‘road movie’ en la que la retina captura cada parque eólico en movimiento y lo fija a la mente. Vacas a ambos lados de la carretera, de un carril por sentido. Sensación de apego a la tierra, de atlas por delante. El otro Atlas está ahí enfrente, recortando la azul profundidad de campo. La Tierra debe empezar y acabar aquí. O eso supongo. El viento tiene que ser antiguo, parece viejo, con sus pitidos y ráfagas entrecortadas. Es el escaparate de dos continentes, dos mundos hermanos separados de sus padres y criados aparte.

“Aquí cada vez es más complicado encontrar atún rojo en los establecimientos. Se lo llevan todo los japoneses”, comenta ‘Juan el Melva’, un hombre bruñido por el sol y de rostro trepanado por el salitre, recorrido por surcos que son retales biográficos de la mar. Es tiempo de almadrabas. Los atunes se enredan en su laberíntico estertor. “Hay cuatro. Aquí en Conil, en Tarifa, en Barbate y en Sancti Petri”, añade este tipo colorista, de sencillez insultante, de ésas que hacen de la felicidad un lugar y no un simple trayecto con el mapa en la mano. Sus palabras burbujean, exfolian mi interés eliminando algunas partículas de tedio crónico. “Al principio engañábamos a los orientales diciéndoles que nosotros le cortábamos la cabeza al atún, que ellos se llevasen sólo el cuerpo. ¿Para qué vais a sobrecargar las bodegas?” Me dice que no hay nada como un buen morrillo de túnido. “Allí, al final de la calle, bar los Hermanos. La mejor calidad-precio del lugar. Pero no vayas en agosto, no se puede entrar”.

“En todos los lugares me siento un habitante más…” Sigue el maestro González ayudándome a afinar mi dicha, mi catarsis, mi sensación de paréntesis, de agujero en el tiempo. Me adelantan en la asimétrica calleja Nancho Novo y Silvia Abascal. Andan solos, semiausentes. No van juntos. Llevan frutas y bolsas. Nadie les mira. La ciudad es un refugio que parece haber estado ahí siempre, esperando a quienes quieren limpiar el alma, tomar aire. Es uno de esos enclaves en los que uno desearía haber nacido, a pesar de su distancia con el terruño primigenio, en el Norte del Norte. Hacía años que partí. Años en los que quise volver. Y quiero. Pero la arena que cuenta el tiempo en los relojes es la misma en el Cantábrico y aquí, en el pórtico de África. Arena fina, la alfombra del mar, quizás para que no se ensucie y pueda seguir unido al cielo.

Ortiguitas fritas, gambas, navajas, un benditamente graso morrillo… La cerveza, tirada con frío y precisión nórdica, se sirve con eficacia marcial. El camarero es quedo, parco. Contrasta con la familiaridad de la tasquilla, empedrada y alfombrada de servilletas de papel. Siento volar, me elevo sobre las casas de pescadores hasta llegar al mar, testigo de la historia, espectador desde su grada de las vidas y acciones de tunantes, tramposos, hampones, amores, familias enteras bañándose al morir las tardes de agosto, justo antes de preparar una cena con improvisada perfección… El sol escribe en mi espalda, percutida por la arena que impacta en mi piel, atizada por el viento.

Las calas me recogen, me separan aún más de mi mismo. Me puedo ver ahí abajo, cada vez más pequeño, pero adquiriendo por momentos mejor perspectiva. Me resitúo, mi posición en el mapa cambia, empiezo capítulo. Las calas purifican el alma, la mojan y la ponen a secar fuera del tronco. Ahora no suena el cantautor eléctrico. Es música tipo Manu Chao y refiere la cruda realidad de quienes se aventuran en la ancha acrobacia de cruzar el Estrecho. “Claveles negros en la bahía…” Los altavoces del chiringuito, en cálida madera, esparcen acordes por las dunas. La cabañita parece ser movida por ejércitos de hombrecillos que cambian la arena de sitio cada día y otorgan a este bar de playa formas distintas. Los genios son millones de granos, millones de huellas genéticas que redistribuyen su presencia sin parar.

Impagable y vivificante ducha. El salitre es arrancado con fuerza, dejando tras de sí esa mezcla embriagadora de aspereza y escozor por el sol y los iones marinos y de suavidad y dulzor por el gel multifrutas polivitamínico. Relajado, masajeado por la tarde. Con el alma y la ropa limpia, trato de encontrarte en los cafés del puerto. En realidad, es otro pasaje de La Ciudad del Viento quien me lleva a aquella mesa a leer el periódico en plena noche. El mojito y las velas ensanchan mis entendederas, me abren los ojos. Vuelvo a mi cuerpo. Toco con los dedos el monstruo de lo cotidiano, de las horas perdidas entre teclados. No hay nadie conocido en los cafés del Puerto, pero me siento cerca de todos esos clientes, cuyos ojos relampaguean con la calidez de las velas. He vuelto a nacer. El vínculo es casi genético, me vence el apego a este trozo inmunizado de todas las patologías del urbanismo feroz y de las prisas y los malos gestos y la ansiedad.

Los japoneses ya no se dejan engañar. Atesoran las cabezas de atún. “Mira, mucho morrillo tenéis vosotros”, bromea el pescador. Bromea a los pies de la cama, junto a la chaqueta gris que me cubrirá en el congreso de tecnología aplicada. Mañana, al enfriarse el sueño.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

¡CON RAZÓN LE SALEN LUEGO AL CABRÓN LAS LETRAS QUE ESCRIBE!
No tengo palabras. Como siempre... como nunca.
Desde mi posición, arrodillado ante tí, enhorabuena.

Rock and ron.

Anónimo dijo...

Mostruo¡¡¡ Que res un mostruo¡¡¡
Wen

Anónimo dijo...

Gracias, compañeros, me abrumáis. La verdad es que para las letras y cosas así, con poner gran parte de uno mismo y tener cierta sensibilidad se consiguen mejores resultados.

Gracias, amigos

Anónimo dijo...

¿Qué pasa mañana? ¿Vamos a las dos fiestas? ¿Quedamos o qué?

Rock and ron

Anónimo dijo...

Mañana, hay dos fiestas. Una de presentación en el Ateneo, que será sobre las diez (a ésa no podré ir yo, que, fiel a mi estilo, estaré currando hasta altas horas). La segunda, a partir de las doce de la noche en el Village Green (calle Álamos) contará, sin duda, con mi presencia. Ignacio también va a venir a ésta y Pedro tenía intención. El Borja, como siempre, pasa de todo y no se sabe si sabe o si sabe y no contesta, o si sabe menos de lo que creemos que sabe, sabessss o si tendrá guateque o sea con los del maassster?

Anónimo dijo...

Desde luego eres bueno. Dioooss!!! Quiero ir a ese/esos sitio/s de los que habla el Chus...Terapia anti-streessss.
Cambiando de tema, no sabeis lo que me ha costado escribir la noti del Eclecta (Por qué los jefes de prensa no hacen su trabajo y no miran el móvil los viernes por la tarde salvo excepciones?). Espero que esté bien, aunque creo que algo mal habrá porque entre tanto grupo que no conozco y tanto estilo musical y encima iba con prisas porque llegaba tarde a un congreso de jueces. Vamos, me han entrado ganas de titular con uno que se llama Variables que me sonaba algo más (Jajaja).

Pd.- Fiestas? Es verdad!!! Cuándo eran? Trabajo el finde pero me apuntaria un rato, no?

Vir.

Anónimo dijo...

Hablando de Cádiz ya me tenías ganada. La Ciudad del Viento...Me encanta...Es cierto que allí todo se detiene...el estrés muere y te invade la felicidad...

Viva Conil, Tarifa, Los Caños..y tó!!!!

El relato está muy bien. Felicidades.

Milady

buxzzie dijo...

Eres un fenómeno. Me ha gustado mucho el relato.

Felicidades

Anónimo dijo...

http://100cuentos.blogspot.com/

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