lunes, 19 de junio de 2006

El espíritu de Ermua

La RAE define impotencia como falta de poder para hacer algo (además de otros significados que no vienen al caso). En la vida real es una palabra que creo que tiene una carga sentimental grande. Normalmente va cargada de rabia. Y eso es lo que siento cuando veo a los asesinos de Miguel Ángel Blanco sentados en el banquillo riéndose y campando a sus anchas, mientras que la familia del joven de Ermua sufre en silencio, como viene haciendo desde hace nueve años.

Aquellos tres días de julio de 1997, desde que desapareció hasta que lo encontraron moribundo, generaron un sentir único en la España de bien, la que condena el terrorismo etarra y el islámico. Un país entero unido. Un sentimiento que jamás podré describir con palabras, similar al que sentí aquel 11 de marzo de 2004, cuando Madrid se vio imbuida en una situación caótica e impactante de la que ha sabido salir pero no olvidarse.

Cuando oigo hablar del alto al fuego de ETA me invade la desconfianza y la alegría. Una mezcla un tanto rara. El que haya o no conversaciones no sé si es bueno o malo, sinceramente. Es como ese angelito y ese diablillo que de vez en cuando se asoman por nuestros hombros para insuflarnos lo positivo y lo negativo de algo. No lo sé. Está muy bien que se intente conseguir la paz, pero estoy en contra de que se den privilegios a los asesinos. ¿Alguien le devolverá el privilegio de vivir a Miguel Ángel Blanco? ¿o al malagueño José María Martín Carpena? O a los miles de asesinados…Lamentablemente no.

Sólo espero que los partidos no politicen este proceso, aunque decir esto es una utopía por mi parte, y que la Justicia actúe como es su deber, aunque es la que es, a veces condescendiente con quien no tiene que serlo y severa con aquél que hace años cometió un delito y al que hoy, ya rehabilitado, lo envían a prisión.

Ojalá este país no olvide jamás a esos miles de inocentes que los atentados terroristas se llevaron por delante. Víctimas, inocentes a los que quitaron la vida. Ellos no la perdieron, fueron unos miserables los que se la arrebataron. Sólo deseo que la paz fructifique de una vez. Y que siga vigente ese espíritu de Ermua, de lucha por la paz. Por el bien de todos.

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